Te recuerdo desde aquel no tiempo que se posa
aterciopelado bajo el nervio unigénito; mientras la distancia se abraza
en la mirada y cuando ya no basta el cuerpo en este rito
eterno de nuestro deseo, tus labios finitos, lluviosos,
alivian la memoria de ese olvido crucificado
en la tarde Gólgota de mi piel y, entonces, desclavas mis
heridas, llevas el ungüento que espera urgente
su propósito, al empezar la noche, la noche
gitana en que tu recuerdo, me hizo carne para
esperarte.

Desde la otra orilla, intento
cruzar ese mar inalcanlzable
de signos que alimente este
cuerpo transido de vacío, y de
espera;
Y ahora, no es sólo el deseo por aquel
cuerpo inmaculado, que ausente, yace
como una barca sin propósito en alguna
playa de mi recuerdo, no;
Es quizás, el síntoma asincróncio, la mirada
sin verbo que, cojeando, dibuja sobre mi piel,
la sombra innecesaria bajo una luz que se intuye,
ahogándose, sobre la transpiración de una emoción
encadenada.